lunes, 4 de octubre de 2010

Un Café Saliendo de Roissy (II)

No lo creí posible, era inaudito para mí. Recuerdo haberme acercado a mi mamá después y decirle a pulmón de batallón que me gustaba el libro y me gustaba leer. Ella no podía responder, supongo que nunca me había visto así en su vida.

- Qué bueno que te haya gustado el libro hijito, eres muy inteligente para tu edad, porque puedes leer cosas que me imagino que algunos amigos tuyos no pueden.
- No sé, me imagino, pero sólo sé que me gustó mucho este libro. Me gustaría conseguir más.
- Claro, es tu cumpleaños, podemos darte otros libros si deseas. Pero mejor vamos mañana a la librería, ya se está haciendo tarde. Juega con Marco en su cuarto, debe estar muy solo y aburrido.

Sinceramente no me sentía de ánimos para jugar con Marco, mi hermano menor. Él andaba en su mundo, lleno de carritos y dibujos con un nivel de estupidez muy alto, pero es algo entendible para alguien de su edad, claro. Así que decidí entrar al cuarto de Alonso, el mayor.

No puedo dejar de pensar en Blanca, ajá, ella misma. Mi poeta señora y dueña de mis primeros pensamientos como un futuro escritor. Eso me lo planteo de una edad muy temprana. Siento que ahora no existe nada, este universo que aparece a mi alrededor. Tenía sueño y mi programa favorito había empezado.

Pues ahora limpio el espejo de mi baño y veo mi rostro afeitado, benditos mis 22 años. Tenía mi maleta lista (pequeña por cierto) y algunas revistas para leerlas en el avión. Mi pasaje a Francia costó mucho, pero me importó poco, tan poco como el último saludo que le di a mi madre a horas contadas de estar en el Lobby. Sigo sin entender el verdadero significado de mi nuevo rumbo, dejar todo por algo tan arcaico y burdo como lo es una vida bohemia en una zona desconocida en París, ja...mi ego a veces hasta logra separarse de mí como un clon y actúa de maneras muy tontas al parecer.

Llego al Aeropuerto Roissy y sólo pienso en sacar el poco dinero de mi bolsillo para comprarme un café caliente y estar en el pavimento para encender un cigarro. Estaba en París y empiezo a reírme por dentro, tú sabes, como cuando se activa ese sensor de nerviosismo/intriga por algo nuevo en tu vida que está ocurriendo en ese preciso momento.

Entre copos de nieve y una que otra resbalada por mis zapatos corrientes e inservibles para este clima, logro llegar a un café. Se veía algo pobre y sin muchas personas, pero o era eso, o un té de mierda del grifo de al costado.

Me siento y me pido uno bien cargado. Mi francés sacó lustre de a reyes, en mi humilde opinión. Es lindo cuando lo atienden rápido a uno y te sirven con una sonrisa, pues es contagioso y algo iluminador, sobre todo después de un viaje muy agotador.

Pero veo a mi alrededor, y sólo hay tiendas y consumismo, Gucci y Snacks, la nieve se disipa y puedo observar lo que existe en todo el mundo, en cualquier ciudad. Me corrompió el arrepentimiento, la disonancia gris que había en mi capital de nacimiento. Extrañaba a mi familia, jode que te jode la nostalgia. Había un rio cercano y empecé a tirar piedras de la manera más despiadada/tranquila posible. Algo que puedo rescatar de toda mi experiencia fue eso.

Llegué al punto de maldecir a Blanca por todo el día.

Odié cuando supe que mi cuarto olía a orín y había un pequeño hueco cerca a la cama. Se veía demasiado sospechoso como para investigarlo en ese momento.






Continuará.

No hay comentarios: