viernes, 15 de octubre de 2010

Notas: VI

Las llamadas son constantes, al igual las palabras que empleamos. Las mismas palabras, una y otra vez. Esto conlleva a cierta corriente que nos arrastra de la misma manera, sólo Dios sabe si eso es bueno o es malo. Pero a fin de cuentas, lo mucho que se abarca, lo poco que se aprieta, y esta situación no es para caer en un análisis meticuloso acerca de la proximidad de dos personas, menos si es alguien que supuestamente te gusta, no?

Es el hecho de llegar a tu casa y echarte en tu cama. Mirar el techo y crear tu propia retrospectiva de las miles de cosas que dijiste/hiciste, es más, las infinitas palabras que pudiste decir, más que todo. El convertir tu Universo en una fortaleza impenetrable de sentimientos encontrados, donde sólo aquella persona tiene la fortuna y dicha de traspasar.

Pero...qué más podría hacer uno, si bien siente que los hechos y las ideas por venir no son suficientes, cuando sabes que el límite se aproxima, cuando uno reconoce la cara de lo terminal, la celeridad con la que ocurren las cosas es increíble, hasta tal punto de no saber qué más hacer y caer en cierta desesperación. Todo conlleva a un caos insuperable, y si se podría decir, inevitable.

Las palabras están servidas en bandeja, lo único que se espera es que lleguen a su destino, en todo caso, la receptora de todo este embrollo mundano pero interesante...por no decir, intrigante.

1 comentario:

. dijo...

Parece que lo que vivo se cruza alguna vez con lo que vives tú