lunes, 4 de octubre de 2010

Un Café Saliendo de Roissy (I)

Es raro llegar a ese lugar que uno tanto ha deseado estar, ese sitio supuestamente perfecto al costado del lago, o cerca al bosque, posiblemente ambas. Tiene significado si es que sacamos totalmente de lado a la burguesía urbanística y pseudobohemia libertina de Miraflores, o los grandes lujos de cebada y alcohol en general como lo tiene Barranco en ciertas noches de lujuria y algo de risas, jolgorio incluido, claro está.

Miro las pocas piedras que tengo en mi mano, siento que contarlas no tiene sentido, como nada en la vida se cuenta, ni los hechos más importantes que uno llega a recordar son contadas, los números no son parte de nuestro subconsciente. Pues empiezo a tirarlas de a pocos, y es divertido no conseguir el efecto de hacerlas rebotar cuando caen al agua. Me divierto, no hay nadie, sólo yo y esta casaca verde que Él sabrá cuándo o cómo la conseguí. No me importa, por ahora no me importa nada.

He terminado todo lo que tenía que hacer, he logrado lo suficiente pero la mediocridad es parte de esta sociedad, mugroso sea el conformismo, como la peste que matan cientos de miles de personas, como ver a mi familia muerta pero en alma por caer en la rutina aparentosa de obtener una vida supuestamente acobijada. El dinero no lo es todo, si es que el papel es una necesidad primordial en tus quehaceres mundanos. Reirás, seguramente. Pero siento que esto no puede empezar acá, oh no, no esta vez.

Basta del floro capitalino, basta del cuchicheo visual. Eduardo me puso mis padres, aunque Lalo va con mi propio criollismo limeño y es la chapa que más suena en mi barrio de San Borja. Pues mi interés por las letras empezó desde que mi abuela Elizabeth me regaló por mi 7mo cumpleaños un librito polvoriento y de letras carcomidas, algo misio por parte de una abuela que vive en La Encalada y se limpia el culo con papel higiénico proveniente del puto Marruecos.

Pero en fin, vi que era un compilatorio de poemas de Blanca Varela, una poeta peruana trascendental en la literatura contemporánea y una periodista muy reconocida. Yo obviamente no sabía un carajo sobre ella, o bien lo que era la poesía en sí, pero no me importó. La intriga comenzó por mi gran interés por los detalles del libro. Me gustaba el olor a viejo, las letras difusas en algunas hojas y hasta la editorial misma. Fue como salir al parque, ver el cielo completamente celeste y el sol cegándote por placer pero divino a la vez. Yo tenía 7 años, por segunda vez, con las justas ya había aprendido a leer en kindergarten, pero todo eso lo entendía, se me grababa en mi subconsciente, hasta me imaginaba yo sentado al borde de un río, completamente solo y aturdido, pero amado a la vez y con ganas de tirar muchas piedras. Luego sentía cómo una ira me llenaba por dentro, como un volcán filipino apunto de crear una masacre a larga escala. No lo entendía, me sentía ofuscado por cómo podía ver la vida desde una perspectiva distinta, el sabor aparte de las palabras de Blanca me hacían entender otras cosas, podía entender su amargura, su dolor, su angustia, y podría decir que esos no son sentimientos encontrados, menos para un ácaro de 7 años, por tercera vez.

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