domingo, 15 de enero de 2012

"Burma, Perros Miraflorinos"

(...) Mientras uno le pedía perdón a la letra A, el sujeto ensangrentado terminó por llamar a su madre y mencionarle los últimos minutos de vida que le quedaba. La señora no entendió en lo absoluto cada palabra que salía por el teléfono de su domicilio. Supongo que era por el hecho de que en realidad nunca pudo conocerlo. Nunca entendió una sola palabra proveniente de sus labios, de su boca, ya que este señor no sabía hablar y llorar al mismo tiempo. No sabía conjugar sus penas con los artículos y verbos necesarios para que su madre pudiese comprender la amargura y densidad por la que su hijo venía viviendo desde el primer día que vio la luz en el quirófano, una tarde de Mayo. Ella sólo atinó a agarrar su viejo álbum de fotos y ver cómo su pequeño retoño agarraba una guitarra del tamaño de su padre a los cuatro años de edad y verlo sonreír, sonreír de espaldas y el reflejo mismo de su rostro en el espejo de la sala de estar.

"Es grande y fuerte, es grande y fuerte porque así decidí hacerlo bien me fijé en sus ojos", mencionaba su padre al momento en que la cámara lo enfocaba, bien comenzaba el documental sobre la vida y muerte de su hijo. Uno no podía esperar mucho de alguien que no pudiese redimir sus pecados en base a canciones de liturgias y decepciones morales sobre una sociedad en cúspide y caída retrógrada, siguiendo ese esquema de inicio-final.

Todos lo entendían, todos en un lapso de diez minutos pudieron entender la escena de sangre y gritos por los transeúntes que miraban la muerte de este señor visionario. Alguien que no podía ni mencionar su primer amor, pero pudo prevenir la catástrofe ética más grande de la sociedad peruana desde las décimas perdidas de Nicomedes de Santa Cruz, desde una perspectiva ignorante claro está. Pero el relato empieza después, cuando la ambulancia y el señor de la letra A empiezan a bordear su cuerpo inerte.(...)

Y qué si tengo años por perder
por personas que a mi derecha
suelen desvanecer,
o sólo sollozos esperando por gemir.
Pues he caído en grandes pozos
con gritos de angustia y pérdidas
por no saber apreciar
lo que uno suele guardar en su bolsillo
para luego sacarlo y llorar.