domingo, 12 de septiembre de 2010

Notas: I

No es que piense que el amor me aburre, no. Oh no, créanme que no. Las personas que me conocen saben muy bien que es todo lo contrario. El simple hecho de conocer a alguien, la vasta rutina de agazajos y cumplidos inverosímiles pero que atinan al blanco al momento de los inicios de conversación (diría más bien el hacerme el interesante) osea, yaddah yaddah yaddah...fururú farará.

Nada cambia al final. Termino siendo el mismo pseudogavilán cuando se trata de algo tan desacertado como lo es para mí el amor. He ahí una de las tontas razones por las que no me gusta hablar más de media hora acerca de ese sentimiento. A veces lo siento como si estuviese tratando de descifrar algún algoritmo de la vida, que en realidad, a fín de cuentas, no me interesa conocer.

Lo factible acá es que sé que llegará cuando deba llegar. La chica no tocará mi puerta, ni yo seguiré sus pasos en el camino nevado. Me gusta pensar que será en un día soleado, ambos en un parque siguiendo una misma ruta para llegar ya sea a una banca, una silla en un café o hasta esperando en el mismo semáforo, y ese choque magnético de pupilas que determinará algo especial en el espacio/tiempo de nuestras vidas.
...Por así decirlo.

No hay comentarios: