domingo, 17 de abril de 2011

Y si caigo en el castigo
ocular de seguir la forma de sus piernas,
y su vientre me tienta como fuegos
tardíos en mi consciente, ni una palabra
para no conllevar una pérdida atroz.

Que sus rodillas caigan en el hecho
de rozar las mías, si bien caen luego las risas
he ahí el jugueteo inicial, juvenil y
un tanto perjudicial para mis nervios,
siempre al tanto del fallo universal.

Ahora termino en dos pies, acostumbrados pero uniformes,
en terminar el camino rutinario de cada fin de semana
ellos me siguen, terminan sin otro par a la par.
Mi retorno reafirma el constante pesimismo social
pues ahora termino boca arriba,
el mismo techo me acompaña hasta el final.

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