Y la ingrata tiene aún el descaro de hablarme.
Las calderas que le esperan
a la de corazón hondo y terco.
Peor será cuando el último cuervo llegue por su carne
tan putrefacta como su aliento a mentira,
y no sólo lo digo yo en manos
sino en recuerdos vanos y algo irritados.
Peor que leer mi propio epitafio.
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