"Es grande y fuerte, es grande y fuerte porque así decidí hacerlo bien me fijé en sus ojos", mencionaba su padre al momento en que la cámara lo enfocaba, bien comenzaba el documental sobre la vida y muerte de su hijo. Uno no podía esperar mucho de alguien que no pudiese redimir sus pecados en base a canciones de liturgias y decepciones morales sobre una sociedad en cúspide y caída retrógrada, siguiendo ese esquema de inicio-final.
Todos lo entendían, todos en un lapso de diez minutos pudieron entender la escena de sangre y gritos por los transeúntes que miraban la muerte de este señor visionario. Alguien que no podía ni mencionar su primer amor, pero pudo prevenir la catástrofe ética más grande de la sociedad peruana desde las décimas perdidas de Nicomedes de Santa Cruz, desde una perspectiva ignorante claro está. Pero el relato empieza después, cuando la ambulancia y el señor de la letra A empiezan a bordear su cuerpo inerte.(...)