(...) Supongo que a veces uno no tiene una expectativa tan grande, sabiendo que su alpinchismo alcanzó niveles considerables desde una mala pasada con una mala persona, poniéndolo de una manera supuestamente entendible.
Supongo que a veces caigo sutilmente en la esperanza de cogerla de las piernas y pegar su vientre hacia mi cuerpo. Porque, lo siento, no es posible ser sabio y estar enamorado al mismo tiempo, no se puede, no jamás sino nunca y lo digo tan en serio como el que puede escribir con una mano sin pensar en algo malo y las mente libre de líquidos atrofiantes, debo mencionar.
Supongo que si no entiendo lo que está pasando, y lo que pasará de acá a más allá, entonces mi ruta está libre de pecado, porque uno hace lo que debe de hacer y ser consciente de por medio si uno no quiere ganarse con unas lágrimas de sales no apreciables.
Supongo que si sigo los pasos del manual, UNO DOS TRES Y CUATRO, los ensambles son tan subjetivos como ella a la hora de gritarme lo primero que siente cuando la dejo en la puerta de su casa.
No me importa mucho que digamos.
Supongamos que nunca dije eso. (...)
Pateando Libros
- Bienvenidos, esto es un caos.
domingo, 22 de julio de 2012
domingo, 25 de marzo de 2012
domingo, 19 de febrero de 2012
domingo, 15 de enero de 2012
"Burma, Perros Miraflorinos"
(...) Mientras uno le pedía perdón a la letra A, el sujeto ensangrentado terminó por llamar a su madre y mencionarle los últimos minutos de vida que le quedaba. La señora no entendió en lo absoluto cada palabra que salía por el teléfono de su domicilio. Supongo que era por el hecho de que en realidad nunca pudo conocerlo. Nunca entendió una sola palabra proveniente de sus labios, de su boca, ya que este señor no sabía hablar y llorar al mismo tiempo. No sabía conjugar sus penas con los artículos y verbos necesarios para que su madre pudiese comprender la amargura y densidad por la que su hijo venía viviendo desde el primer día que vio la luz en el quirófano, una tarde de Mayo. Ella sólo atinó a agarrar su viejo álbum de fotos y ver cómo su pequeño retoño agarraba una guitarra del tamaño de su padre a los cuatro años de edad y verlo sonreír, sonreír de espaldas y el reflejo mismo de su rostro en el espejo de la sala de estar.
"Es grande y fuerte, es grande y fuerte porque así decidí hacerlo bien me fijé en sus ojos", mencionaba su padre al momento en que la cámara lo enfocaba, bien comenzaba el documental sobre la vida y muerte de su hijo. Uno no podía esperar mucho de alguien que no pudiese redimir sus pecados en base a canciones de liturgias y decepciones morales sobre una sociedad en cúspide y caída retrógrada, siguiendo ese esquema de inicio-final.
Todos lo entendían, todos en un lapso de diez minutos pudieron entender la escena de sangre y gritos por los transeúntes que miraban la muerte de este señor visionario. Alguien que no podía ni mencionar su primer amor, pero pudo prevenir la catástrofe ética más grande de la sociedad peruana desde las décimas perdidas de Nicomedes de Santa Cruz, desde una perspectiva ignorante claro está. Pero el relato empieza después, cuando la ambulancia y el señor de la letra A empiezan a bordear su cuerpo inerte.(...)
sábado, 31 de diciembre de 2011
Envidio a los que agarran una guitarra y sólo dicen lo que deben decir.
Sólo mencionan lo que saben, sin pretensiones y sin glorias,
sólo quieren contarte una historia.
Yo podría ser uno, como tú también lo podrías ser.
Puedes cantar una nota, mientras yo puedo acompañarla
con sollozos y amalgamas.
Podría intentarlo o morir en el intento de vivir y no haberlo logrado,
y morir.
O tal vez vivir sin contarlo pero haberlo intentado.
De igual manera, el tiempo se me hizo arena
y mis manos siempre fueron pequeñas.
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